Beirut (Prensa Latina) El Líbano va cada vez más de mal en peor con un Gobierno incapaz de cubrir necesidades energéticas, alimentarias y sociales.
Los sueños de los libaneses se apagan con el hambre y la penumbra en un agobio similar a la pandemia de la Covid-19 que sobrepasó los 25 mil positivos.
Y, al parecer, la pandemia llegará a mayores cifras por una endeble infraestructura de salud que se concentra en el negocio y no en la protección ciudadana.
Mientras las autoridades repiten que están en la solución del sector energético como resultado del cual se pierden unos dos mil millones de dólares al año en subsidios, el Fondo Monetario Internacional alerta que el sistema económico se encuentra al borde del colapso.
En su más reciente lista de países con inseguridad alimentaria, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) añadió a El Líbano.
Con unos seis millones de residentes en un lugar que el imperio romano calificó como parte de su granero, la nación libanesa pasó a figurar al lado de sus vecinos Siria e Iraq, pese a que no existe una guerra o inestabilidad como en estos.
Hay otro conflicto y es interno, entre la población y el sistema, tal vez menos destructivo en lo inmediato pero de similares consecuencias a la larga.
La moneda nacional registra una depreciación de 80 por ciento respecto al dólar, con una combinación de subidas de precios de productos básicos que algunos sitúan en 190 por ciento.
Los comerciantes alegan que deben comprar sus productos en divisas y pasan a los clientes la diferencia.
El pan, subsidiado por el gobierno, encareció 33 puntos porcentuales y hay anuncios de que seguirá subiendo, tras la revelación del Banco Central (Banque du Liban) de que, a fin de año, acabarán las reservas para proteger el precio de la harina, el combustible y las medicinas.
La Administración Central de Estadística de El Líbano estimaba en 2019 que el desempleo, sin contar el sector informal, sumaba 10 por ciento de la población laboral activa, pero hoy algunas consultoras hablan de 30 y subiendo.
Según el Ministerio de Asuntos Sociales, pronto 75 de cada 100 de los libaneses estará por debajo del umbral de la pobreza.
Mientras, los encargados de solucionar la peor crisis económica y financiera del país en décadas, siguen jugando a la politiquería con maniobras para sacar la mejor tajada de los puestos del Gobierno.
Políticos y banqueros se acusan unos a otros para no reconocer su culpabilidad en la actual situación de deterioro.
El sistema bancario libanés que en algún momento lo compararon con el de Suiza, fue y es una estafa piramidal a gran escala, de acuerdo con expertos.
Cuando todo iba mal o al menos regular, las instituciones prestamistas lo pasaban genial con beneficios millonarios cada año, pero todo era irreal.
Casi por completo dependiente del sector externo y las importaciones, el Estado intervenía no para proteger la economía nacional, sino a fin de mantener una tasa oficial cambiaria de mil 507 libras libanesas por dólar que estuvo en vigor durante unos 30 años.
De tal manera, según los analistas, que se creó el clima perfecto para la usura, porque la banca ofrecía créditos y los traspasaba al Estado.
El desbalance lo pagaban los inversores en los que se despertaba la codicia por conseguir intereses en sus depósitos de hasta 14 por ciento. Era imposible cubrir este movimiento de dinero, porque muchos de esos proyectos nunca se llegaron a materializar.
Banqueros y políticos formaban parte del mismo sistema porque el dinero fluía y sus bolsillos se llenaban.
Esa burbuja solo necesitaba algo para explotar, que el dinero dejase de entrar y ocurrió. La crisis que estalló en octubre de 2019 con una sublevación popular y la posterior Covid-19 sacaron a la luz la fragilidad del modelo económico.
Con una diáspora tres veces mayor a la población en el país, el dinero enviado por aquella subsanaba el desequilibrio interno y era clave en el Producto Interno Bruto. Se calcula que unos siete mil 500 millones de dólares llegaban por remesas al año.
Pero cuando el director del Banco Central, Riad Salameh, ordenó a compañías como Western Union que, ante la falta de dólares, entregase moneda nacional cada vez más devaluada, el dinero comenzó a faltar.
Y para colmo de males, apareció el coronavirus que detuvo el turismo, una de las principales industrias libanesas y de ingreso de dinero fresco.
Una oligarquía sectaria, rentista e ineficiente con su red de clientelismo político carente de calificación, puso en evidencia el espejismo económico de las vidrieras suntuosas, hoteles de lujo y vehículos de alta gama del que se vanagloriaban los libaneses, porque no lo sustentaba nada.
Así pues, al no ser El Líbano un país autosuficiente por sus limitaciones energéticas, alimentarias y de salud, el escenario va de mal en peor para los ciudadanos comunes.